lunes, 17 de junio de 2013

Artículo de Francisco Antonio González (antiguo maestro del centro)


Mi colegio Gil López. Memorias de un maestro de Inglés. Segunda parte.
Francisco Antonio González

        La primera ocurrió hace siete años. Fue un 30 de Junio de 2006. Aún no habían llegado las pizarras digitales, ni la tan repetida palabra crisis, ni el enésimo nuevo plan de estudios llamado esta vez LOMCE, y como todos los anteriores, hecho a espaldas de los docentes, como siempre.

Nueve cursos antes de esa fecha, un 1 de septiembre de 1997 llegué desde la capital a la siempre laboriosa villa de El Viso del Alcor. El acceso no pudo ser por mejor sitio: la calle Real, con sus naranjos encalados hasta mitad de tronco, casas nobles decimonónicas, y casi a su final, una bajada pronunciadísima para lo que está acostumbrado un cateto de la capital que llama Cuesta del Rosario o del Bacalao a una calle menos llana de lo habitual. Luego, a la derecha, el ayuntamiento con su monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Y cuando ya nos quedamos sin calle, como una aparición, la fértil vega de los Alcores dominando todo el paisaje. Como una milagrosa atalaya, el colegio de mi primer destino definitivo domina todo el paisaje sobre un montículo aplanado. Contemplo un edificio moderno rectangular, encalado y lustroso con un patio que compartíamos a distintas horas las señoritas de Infantil y los maestros de Primaria (me niego a añadir la oficial y ridícula coletilla del –os/as).

Sobre el espacio físico, poco que añadir, salvo lo cuidadas que siempre estuvieron las instalaciones, destacando especialmente en limpieza, no encontrada luego en igual medida en otros centros de Sevilla. Con cierta distancia compruebo que el colegio Gil López es un orgullo para todos los visueños, se siente como propio por todos desde la misma elección de su nombre: nada mejor que un maestro del pueblo para bautizarlo. Desgraciadamente no ocurre lo mismo en otras zonas de la capital.

Respecto a su patio, juego a imaginar a niños tropezando en sus carreras y en un momento de descanso en sus juegos del pilla-pilla, dejándose llevar por el sobrecogedor paisaje de la vega. Es un privilegio salir a jugar en un recreo a un mirador. ¿Cuántas preguntas e inquietudes infantiles habrán podido surgir y surgirán contemplando la vega?, ¿cuántos aprendizajes significativos se habrán iniciado con una pregunta infantil?: ¿por dónde sale el sol?, ¿qué es la bruma?, ¿dónde está mi casa?, ¿qué es una vega?, ¿qué se cultiva ahí?, ¿esas nubes son de lluvia?, ¿por qué a veces se escuchan sonidos muy lejanos?…

De sus aulas recuerdo tiempos que hoy parecen muy lejanos donde solo existía tiza blanca sobre fondo verde. Asistí al concurso para la creación de un escudo para el centro. Esa misma cigüeña que inspiró el dibujo ganador fue contemplada cientos de veces dando de comer a sus cigoñinos con su rítmico crocoteo en su nido sobre la espadaña de la iglesia parroquial. Recuerdo la magia del silencio forzado en clase por los bulliciosos chavales para poder escuchar ese repiqueteo.

Inolvidable fue el eclipse solar que contemplamos desde el patio con alumnos de Quinto o Sexto pertrechados con gafas hechas con negativos de fotografías o viejas radiografías. La prudencia nos hizo recoger a los niños en sus aulas para evitar lesiones oculares. Ya desde clase, asistimos maravillados a un fenómeno óptico único: la sombra de infinitos soles reflejada en la pared momentos antes de que el sol se oscureciera por completo. Nada de ello hubiera sido posible sin la estratégica ubicación de mi colegio Gil López. Dudo que pueda volver a asistir a una clase de Conocimiento del medio tan mágica como aquella.

No puedo hablar más sobre el espacio. Hace tiempo ya dije que los lugares son mucho más que piedras o edificios, que lo que realmente da sentido a los sitios es la gente. En esa ocasión, algo más grueso, recién pelado y con una hippilona camiseta negra con foto de Los Beatles sobre un paso de cebra, intenté leer un escrito de agradecimiento que a duras penas pude terminar por la congoja. Siete años después, tengo la perspectiva suficiente para afirmar que cada vez que antepongo el determinante posesivo mi al sustantivo colegio, me refiero al CEIP Gil López de El Viso del Alcor.

Y con un recuerdo emocionado vuelvo a nombrar a parte de ese río de compañeros que dio sentido al discurrir por mi colegio, que cumple medio siglo de andadura abriendo puertas al futuro. Quiero comenzar con cariño por Antonio Hernández para continuar por don Antonio Zamudio, Rosario, Antonio Guillén, Alejandro, Enrique, Susana, Sole, Manolo, Magdalena, Inés, Juan, Jesús, María Dolores, Alicia, José María, Jose, Alicia, Loli, Paloma, Rafaela, Ana, Mari, Beatriz, Marco, Guerrita, Toñi, La Madriles, Mari, Mari Carmen y tantos más. Muchas felicidades en sus cincuenta años de vida, y que siga su discurrir durante muchos años más mi querido colegio Gil López.

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