Mi
colegio Gil López. Memorias de un maestro de Inglés. Segunda parte.
Francisco
Antonio González
La
primera ocurrió hace siete años. Fue un 30 de Junio de 2006. Aún
no habían llegado las pizarras digitales, ni la tan repetida palabra
crisis,
ni el enésimo nuevo plan de estudios llamado esta vez LOMCE, y como
todos los anteriores, hecho a espaldas de los docentes, como siempre.
Nueve
cursos antes de esa fecha, un 1 de septiembre de 1997 llegué desde
la capital a la siempre laboriosa villa de El Viso del Alcor. El
acceso no pudo ser por mejor sitio: la calle Real, con sus naranjos
encalados hasta mitad de tronco, casas nobles decimonónicas, y casi
a su final, una bajada pronunciadísima para lo que está
acostumbrado un cateto de la capital que llama Cuesta del Rosario o
del Bacalao a una calle menos llana de lo habitual. Luego, a la
derecha, el ayuntamiento con su monumento al Sagrado Corazón de
Jesús. Y cuando ya nos quedamos sin calle, como una aparición, la
fértil vega de los Alcores dominando todo el paisaje. Como una
milagrosa atalaya, el colegio de mi primer destino definitivo domina
todo el paisaje sobre un montículo aplanado. Contemplo un edificio
moderno rectangular, encalado y lustroso con un patio que
compartíamos a distintas horas las señoritas de Infantil y los
maestros de Primaria (me niego a añadir la oficial y ridícula
coletilla del –os/as).
Sobre
el espacio físico, poco que añadir, salvo lo cuidadas que siempre
estuvieron las instalaciones, destacando especialmente en limpieza,
no encontrada luego en igual medida en otros centros de Sevilla. Con
cierta distancia compruebo que el colegio Gil López es un orgullo
para todos los visueños, se siente como propio por todos desde la
misma elección de su nombre: nada mejor que un maestro del pueblo
para bautizarlo. Desgraciadamente no ocurre lo mismo en otras zonas
de la capital.
Respecto
a su patio, juego a imaginar a niños tropezando en sus carreras y en
un momento de descanso en sus juegos del pilla-pilla,
dejándose
llevar por el sobrecogedor paisaje de la vega. Es un privilegio salir
a jugar en un recreo a un mirador. ¿Cuántas preguntas e inquietudes
infantiles habrán podido surgir y surgirán contemplando la vega?,
¿cuántos aprendizajes significativos se habrán iniciado con una
pregunta infantil?: ¿por dónde sale el sol?, ¿qué es la bruma?,
¿dónde está mi casa?, ¿qué es una vega?, ¿qué se cultiva ahí?,
¿esas nubes son de lluvia?, ¿por qué a veces se escuchan sonidos
muy lejanos?…
De
sus aulas recuerdo tiempos que hoy parecen muy lejanos donde solo
existía tiza blanca sobre fondo verde. Asistí al concurso para la
creación de un escudo para el centro. Esa misma cigüeña que
inspiró el dibujo ganador fue contemplada cientos de veces dando de
comer a sus cigoñinos con su rítmico crocoteo en su nido sobre la
espadaña de la iglesia parroquial. Recuerdo la magia del silencio
forzado en clase por los bulliciosos chavales para poder escuchar ese
repiqueteo.
Inolvidable
fue el eclipse solar que contemplamos desde el patio con alumnos de
Quinto o Sexto pertrechados con gafas hechas con negativos de
fotografías o viejas radiografías. La prudencia nos hizo recoger a
los niños en sus aulas para evitar lesiones oculares. Ya desde
clase, asistimos maravillados a un fenómeno óptico único: la
sombra de infinitos soles reflejada en la pared momentos antes de que
el sol se oscureciera por completo. Nada de ello hubiera sido posible
sin la estratégica ubicación de mi colegio Gil López. Dudo que
pueda volver a asistir a una clase de Conocimiento del medio tan
mágica como aquella.
No
puedo hablar más sobre el espacio. Hace tiempo ya dije que los
lugares son mucho más que piedras o edificios, que lo que realmente
da sentido a los sitios es la gente. En esa ocasión, algo más
grueso, recién pelado y con una hippilona
camiseta negra con foto de Los
Beatles
sobre un paso de cebra, intenté leer un escrito de agradecimiento
que a duras penas pude terminar por la congoja. Siete años después,
tengo la perspectiva suficiente para afirmar que cada vez que
antepongo el determinante posesivo mi
al sustantivo colegio,
me refiero al CEIP Gil López de El Viso del Alcor.
Y
con un recuerdo emocionado vuelvo a nombrar a parte de ese río de
compañeros que dio sentido al discurrir por mi colegio, que cumple
medio siglo de andadura abriendo puertas al futuro. Quiero comenzar
con cariño por Antonio Hernández para continuar por don Antonio
Zamudio, Rosario, Antonio Guillén, Alejandro, Enrique, Susana, Sole,
Manolo, Magdalena, Inés, Juan, Jesús, María Dolores, Alicia, José
María, Jose, Alicia, Loli, Paloma, Rafaela, Ana, Mari, Beatriz,
Marco, Guerrita, Toñi, La Madriles, Mari, Mari Carmen y tantos más.
Muchas felicidades en sus cincuenta años de vida, y que siga su
discurrir durante muchos años más mi querido colegio Gil López.
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